domingo, 7 de mayo de 2017

Jubilación de Ana. Nuestra Conserje.

Ayer intentamos dar una sorpresa a nuestra querida Conserje Ana Martín con una reunión para almorzar, precisamente en el Restaurante Tapas-Ana, donde estuvimos muy agusto y nos atendieron muy bien, como siempre. Pasamos un buen rato en el que no faltó la emoción, especialmente en las palabras dedicadas por Rafael Jiménez.

 
Escribir es sentir. Mirar hacia atrás es mirarnos hacia dentro. No es recuerdo sino presencia. Hoy es un día para seguir sintiendo porque es real y tú, Ana, eres parte de todos nosotros. No es despedida porque nunca te irás, seguirás abriendo las puertas no físicas sino las cerraduras de nuestros corazones. Tantos años juntos, los edificios caen pero tú y tantos otros, dejan su espíritu, su trabajo esforzado, fiel y ejemplar grabado en sus paredes encaladas una y otra vez. Hemos pasado, he pasado momentos hilarantes, malos y buenos, complicidad y cuitas a tu lado. Nos hemos reído de todo, de lo humano y lo invisible al calor de las máquinas que escupían papel y conocimiento. Escatología del abatimiento, fotocopiadora disruptiva que no quería arrancar, centralita con teléfono pidiendo ayuda y periódicos que van y vienen sin que nunca dijesen nada. Amaneceres de agua y charcos, luces abriendo tu ventana y también atardeceres cuando nadie quedaba, envolviendo a los pasillos de secretos; cacofonía de voces que ya no están, de los trabajos y los días, sueños y fracasos y otra vuelta de tuerca. Todo esto ha sido posible porque tú lo has hecho posible. Tu pequeño espacio, tierra de nadie, confesionario y botiquín del alma reconfortaba mi ánimo en la caída y voy corriendo también a decirte que todo está bien y que hay un mañana. La clase ha salido bien y voy a darme otra oportunidad en parte porque tú has apuntalado la ilusión ante el desaliento. Viniste de Obras Públicas y sin querer has construido amor ennobleciendo esta profesión de románticos. Tu fuerza, sonrisa y humanidad puede con todo; honores fingidos, escarnios o envidias que se disiparon en el vacío de lo fútil y que jamás vencieron a quién ha dado una vida por los demás; esposa, madre, abuela, compañera y amiga. Tu niño, así me llamas, a quién reprendes eternamente y quieres, te escribe estas líneas sabiendo que seguiré cerca de ti como todos los aquí presentes. No me acostumbraré a no reírme del oráculo, no de Delfos sino roquetero, sabios chascarrillos de una mujer del puerto, de tu ampuloso maquillaje sin igual, ave del paraíso y la perfecta armonía y gusto de tus ropajes y complementos. Tampoco a ese pico de oro, oratoria que fustiga y consuela, porque la verdad duele a quién no quiere conocerla. Todos los folios que escriba con mi mala letra se mostrarán pequeños ante tu presencia porque siempre has llenado los márgenes y los renglones torcidos de mi vida. En tu honor, cogeré mañana una humilde tiza y pondré con caligrafía del ayer tu nombre en la pizarra que me ha visto crecer a tu lado.